Hoy, la edición impresa de La Vanguardia publica que la gran banca nacional quiere que Catalunya Banc reduzca su tamaño como paso previo a la subasta. En concreto, se pretende que la entidad se desprenda de una cartera de créditos que se consideran dudosos o incobrables, rondando la cifra de 8.000 millones de €.
Dejando al margen que la entidad incumplió la normativa sobre concentración de riesgo, al superar el límite en el sector inmobiliario, y que el BdE se dedicaba a archivar los informes que los inspectores del organismo efectuaban, alertando de los riesgos, habría que añadir que no existía criterio en la concesión de riesgos.
Cuando Oliver Wyman publicó los resultados de los test bancarios, en 2012, CatalunyaCaixa tenía unos APR ( Activos Ponderados por Riesgo ) de 42.221 millones de €. En realidad la entidad poseía más activos, aunque la metodología habitual que se emplea para analizar a la banca excluye una serie de inversiones por considerarlas exentas de riesgo, por ejemplo la deuda soberana ( je, je… ).
De esos 42.000 millones considerados como inversiones con posibilidad de riesgo, se traspasaron a la SAREB unos 16.500 millones ( recibiendo unos 6.700 millones por su transferencia ), a los que habría que añadir los 8.000 millones de € que parecen de dudoso cobro. Es decir, la entidad habría errado en sus inversiones consideradas con riesgo en un porcentaje del 58 % ( 24.500 sobre 42.000 ), algo que sin duda avalaría las altas remuneraciones de sus dirigentes.
De hecho, resulta menos arriesgado jugar a la ruleta ( rojo y negro ) con una probabilidad de pérdida del 50 %, que acertar con un préstamo solvente concedido por la entidad, 42 % de posibilidades de acertar. De lo que se deduce que cualquier persona con la facultad mental de distinguir entre el rojo y el negro ofrecería mejores perspectivas de negocio para la entidad, y seguramente no sería necesario remunerarlo con salarios acordes a personas tan capaces como las que han dejado su impronta.
El artículo también intenta explicar el motivo por lo que resulta tan complicado vender la entidad, incidiendo en el hecho que debería contabilizar su venta aumentando el déficit público. Extraño argumento que no parece haber afectado la reciente venta de NCG, si bien es cierto que en el caso de la entidad catalana las pérdidas serían mayores.
Después de múltiples declaraciones contradictorias, hay que comprender que casi han pasado dos años desde que se inicio el intento de venta, se ha anunciado que se pretende vender la entidad antes de verano. Se alternan las opciones de venta por partes o entera y también el calendario, en este proceso todo es cambiante y depende del día de la semana en que se pronuncien las declaraciones, no estaría mal que Economía y el FROB hablasen de vez en cuando para unificar criterios.
Como parece que la entidad está maldita, no se ha concretado la anunciada venta de la plataforma inmobiliaria a Kennedy Wilson. Aunque no ha trascendido información oficial al respecto, el plazo inicial acabó el 31 de diciembre de 2013 y la prórroga que se concedieron finó el pasado 31 de enero de 2014. Tampoco se ha llevado a cabo ninguna venta de su red de oficinas fuera de Catalunya y únicamente se anuncia la intención de vender la gestora de fondos.
Paralelamente la entidad continúa inmersa en la aplicación del ERE, a la espera de la vista en la Audiencia Nacional prevista para el 6 de febrero tras la impugnación por parte de un sindicato. Recientemente los sindicatos que acordaron las condiciones del ERE y forman parte de la comisión de seguimiento, han informado de múltiples irregularidades en la aplicación de los acuerdos. Algo que por desgracia no sorprende en absoluto y hace incomprensible el papel sindical, permisividad y pasividad parecen definirlos.
En el caso que finalmente la entidad venda esta nueva cartera de activos dudosos a algún fondo buitre, se debería hacer a precio de derribo con la consiguiente pérdida para la entidad y sus propietarios ( contribuyentes que solo pagan derramas sin derecho a voto ). Nuevamente se evidencia que la suspensión de la segunda subasta por el empecinamiento de De Guindos encarece el coste para todos.
Fuentes: La Vanguardia, edición impresa
domingo, 2 de febrero de 2014
Sometidos intelectualmente a la desigualdad
Hace unos días Intermon Oxfam publicaba el demoledor informe sobre la desigualdad económica existente entre los más ricos del planeta y los más pobres, resaltando el insólito hecho que 85 personajes ostenten el mismo patrimonio que la mitad de la población de nuestro planeta. Muchos verán en ello algo meritorio, ya que responde al éxito conseguido con sus iniciativas empresariales y por tanto merecido.
Resulta más grave la aceptación entre la población y la admiración que puedan despertar estos triunfadores que el hecho en sí. En el siglo XX se empezó a modelar el concepto de “homo economicus” , que responde a un ideal de hombre que toma sus decisiones en función de maximizar su beneficio económico. Es decir, prima su propio interés para conseguir la máxima riqueza ( material ) con el mínimo esfuerzo posible, disponiendo de la máxima información y analizándola fríamente, prescindiendo de emociones o factores que alteren su racionalidad.
Este modelo de hombre es ideal, no responde necesariamente al comportamiento de la sociedad, pero permite prever sus elecciones y por tanto teorizar, matematizar y cuantificar sus decisiones, algo que es indispensable para el mercado. Si cada persona elige siempre la opción que le reporta más beneficios económicos, resulta sencillo pronosticar su evolución, y todavía resulta más importante inculcar el pensamiento que lo correcto es actuar de esta forma, ya que nos produce mayor riqueza material, además de posibilitar la predicción de nuestro comportamiento.
Sin embargo, existen diferentes experimentos socio-económicos realizados que demuestran que nuestro comportamiento dista mucho de esta concepción. El juego del ultimátum o el del dictador, resultan suficientemente elocuentes. El juego del ultimátum es un experimento que consiste en reunir a dos personas que parten de una situación inicial de cero euros de ganancia y que permite una ganancia económica para ambos si llegan a un acuerdo a partir del reparto de 100 €, por ejemplo.
La mecánica es muy sencilla, el jugador A propone al jugador B un reparto de este importe. Solo existe un turno y cualquier oferta que suponga más de cero para ambos se supone que les beneficia, simplemente el jugador B debe aceptar la oferta que le proponga el jugador A. Por ejemplo, A le propone a B darle 10 € y quedarse él con 90 €, los dos mejoran su situación inicial y se benefician económicamente, el “homo economicus” debería aceptar racionalmente esta ganancia.
La realidad demuestra que B prefiere que nadie gane, antes de aceptar una injusticia o un abuso de poder por parte de A. El juego del dictador resulta más contundente, existen igualmente A y B, pero B en esta ocasión no puede decidir nada. A realiza una oferta y B simplemente la debe aceptar, aunque sea un reparto de 100 a 0. Paradójicamente en la mayoría de ocasiones A le propone a B un reparto equitativo, 50 – 50, cuando el modelo de hombre económico debería imponer la ganancia máxima, 100 – 0.
Este comportamiento que parece tener en cuenta por parte de A las expectativas de B, se traduce en empatía y huelga decir que cualquier sujeto que alguna vez se haya sometido a un test de esta índole y haya optado por un reparto equitativo, queda automáticamente eliminado de cualquier cargo directivo. La empatía, la justicia y el pensamiento crítico sobre la autoridad es inaceptable para los intereses de la mayoría de empresas, que actúan bajo los parámetros del “homo economicus”, únicamente es importante el beneficio económico.
Volviendo al principio y al origen del pensamiento que acepta, o simplemente no le extraña, con normalidad el hecho que unos pocos acaparen tanta riqueza, ya que es un premio a su buena labor empresarial y por tanto un modelo a seguir, recordarles algo tan antiguo y denostado en nuestra sociedad como la codicia. Sin tener ninguna creencia religiosa concreta, en mi caso, sí que he de reconocer que las diferentes opciones existentes intentan inculcar comportamientos éticos, de equidad y justicia, y la mayoría condenan el acaparamiento de riqueza.
¿ Quién no ha oído aquello de que un hombre para estar completo, o llegar a la plenitud, ha de tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol ?, ¿ Qué objetivo consigue amasar una fortuna que no podrás gastar en siete vidas ?. Tener un hijo, es una acto de creación y transmite tu herencia genética, escribir un libro vuelve a ser una creación y transmite tus conocimientos y experiencias, el árbol representa nuevamente la creación y esta vez sin tu genética ni plasmando tus conocimientos, simplemente aprendiendo y conviviendo con él, representa el acto más desinteresado y aparentemente más alejado de los intereses personales. En resumen, crear y transmitir, no acaparar.
En 1971, viendo que la corriente de pensamiento amenazaba el “establishment” en EEUU, un abogado que posteriormente fue juez de la Corte Suprema del país, envió una carta a la cámara de comercio en la que instaba a las empresas a invertir en todos los centros creadores de pensamiento, centros educativos, culturales, asociaciones, medios de comunicación…etc, dicha misiva ha pasado a la posteridad con el nombre de manifiesto Powell.
Ya en su momento Antonio Gramsci, marxista , enunció que la única manera de atacar el poder en el sistema capitalista era a través de los centros creadores de pensamiento, ya que las clases gobernantes imponen su hegemonía a través de estas instituciones, sometiendo al resto de la población.
Al parecer Powell acertó empleando los métodos de Gramsci y actualmente estamos instalados en el pensamiento empresarial del “homo economicus”, las grandes multinacionales imponen sus intereses a los gobiernos y aunque la mayoría de la población no responde al modelo establecido sí que lo hace la mayoría del capital, evidenciando que unos pocos con mucho capital pueden más que el resto.
Resulta más grave la aceptación entre la población y la admiración que puedan despertar estos triunfadores que el hecho en sí. En el siglo XX se empezó a modelar el concepto de “homo economicus” , que responde a un ideal de hombre que toma sus decisiones en función de maximizar su beneficio económico. Es decir, prima su propio interés para conseguir la máxima riqueza ( material ) con el mínimo esfuerzo posible, disponiendo de la máxima información y analizándola fríamente, prescindiendo de emociones o factores que alteren su racionalidad.
Este modelo de hombre es ideal, no responde necesariamente al comportamiento de la sociedad, pero permite prever sus elecciones y por tanto teorizar, matematizar y cuantificar sus decisiones, algo que es indispensable para el mercado. Si cada persona elige siempre la opción que le reporta más beneficios económicos, resulta sencillo pronosticar su evolución, y todavía resulta más importante inculcar el pensamiento que lo correcto es actuar de esta forma, ya que nos produce mayor riqueza material, además de posibilitar la predicción de nuestro comportamiento.
Sin embargo, existen diferentes experimentos socio-económicos realizados que demuestran que nuestro comportamiento dista mucho de esta concepción. El juego del ultimátum o el del dictador, resultan suficientemente elocuentes. El juego del ultimátum es un experimento que consiste en reunir a dos personas que parten de una situación inicial de cero euros de ganancia y que permite una ganancia económica para ambos si llegan a un acuerdo a partir del reparto de 100 €, por ejemplo.
La mecánica es muy sencilla, el jugador A propone al jugador B un reparto de este importe. Solo existe un turno y cualquier oferta que suponga más de cero para ambos se supone que les beneficia, simplemente el jugador B debe aceptar la oferta que le proponga el jugador A. Por ejemplo, A le propone a B darle 10 € y quedarse él con 90 €, los dos mejoran su situación inicial y se benefician económicamente, el “homo economicus” debería aceptar racionalmente esta ganancia.
La realidad demuestra que B prefiere que nadie gane, antes de aceptar una injusticia o un abuso de poder por parte de A. El juego del dictador resulta más contundente, existen igualmente A y B, pero B en esta ocasión no puede decidir nada. A realiza una oferta y B simplemente la debe aceptar, aunque sea un reparto de 100 a 0. Paradójicamente en la mayoría de ocasiones A le propone a B un reparto equitativo, 50 – 50, cuando el modelo de hombre económico debería imponer la ganancia máxima, 100 – 0.
Este comportamiento que parece tener en cuenta por parte de A las expectativas de B, se traduce en empatía y huelga decir que cualquier sujeto que alguna vez se haya sometido a un test de esta índole y haya optado por un reparto equitativo, queda automáticamente eliminado de cualquier cargo directivo. La empatía, la justicia y el pensamiento crítico sobre la autoridad es inaceptable para los intereses de la mayoría de empresas, que actúan bajo los parámetros del “homo economicus”, únicamente es importante el beneficio económico.
Volviendo al principio y al origen del pensamiento que acepta, o simplemente no le extraña, con normalidad el hecho que unos pocos acaparen tanta riqueza, ya que es un premio a su buena labor empresarial y por tanto un modelo a seguir, recordarles algo tan antiguo y denostado en nuestra sociedad como la codicia. Sin tener ninguna creencia religiosa concreta, en mi caso, sí que he de reconocer que las diferentes opciones existentes intentan inculcar comportamientos éticos, de equidad y justicia, y la mayoría condenan el acaparamiento de riqueza.
¿ Quién no ha oído aquello de que un hombre para estar completo, o llegar a la plenitud, ha de tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol ?, ¿ Qué objetivo consigue amasar una fortuna que no podrás gastar en siete vidas ?. Tener un hijo, es una acto de creación y transmite tu herencia genética, escribir un libro vuelve a ser una creación y transmite tus conocimientos y experiencias, el árbol representa nuevamente la creación y esta vez sin tu genética ni plasmando tus conocimientos, simplemente aprendiendo y conviviendo con él, representa el acto más desinteresado y aparentemente más alejado de los intereses personales. En resumen, crear y transmitir, no acaparar.
En 1971, viendo que la corriente de pensamiento amenazaba el “establishment” en EEUU, un abogado que posteriormente fue juez de la Corte Suprema del país, envió una carta a la cámara de comercio en la que instaba a las empresas a invertir en todos los centros creadores de pensamiento, centros educativos, culturales, asociaciones, medios de comunicación…etc, dicha misiva ha pasado a la posteridad con el nombre de manifiesto Powell.
Ya en su momento Antonio Gramsci, marxista , enunció que la única manera de atacar el poder en el sistema capitalista era a través de los centros creadores de pensamiento, ya que las clases gobernantes imponen su hegemonía a través de estas instituciones, sometiendo al resto de la población.
Al parecer Powell acertó empleando los métodos de Gramsci y actualmente estamos instalados en el pensamiento empresarial del “homo economicus”, las grandes multinacionales imponen sus intereses a los gobiernos y aunque la mayoría de la población no responde al modelo establecido sí que lo hace la mayoría del capital, evidenciando que unos pocos con mucho capital pueden más que el resto.
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