Hace unos días Intermon Oxfam publicaba el demoledor informe sobre la desigualdad económica existente entre los más ricos del planeta y los más pobres, resaltando el insólito hecho que 85 personajes ostenten el mismo patrimonio que la mitad de la población de nuestro planeta. Muchos verán en ello algo meritorio, ya que responde al éxito conseguido con sus iniciativas empresariales y por tanto merecido.
Resulta más grave la aceptación entre la población y la admiración que puedan despertar estos triunfadores que el hecho en sí. En el siglo XX se empezó a modelar el concepto de “homo economicus” , que responde a un ideal de hombre que toma sus decisiones en función de maximizar su beneficio económico. Es decir, prima su propio interés para conseguir la máxima riqueza ( material ) con el mínimo esfuerzo posible, disponiendo de la máxima información y analizándola fríamente, prescindiendo de emociones o factores que alteren su racionalidad.
Este modelo de hombre es ideal, no responde necesariamente al comportamiento de la sociedad, pero permite prever sus elecciones y por tanto teorizar, matematizar y cuantificar sus decisiones, algo que es indispensable para el mercado. Si cada persona elige siempre la opción que le reporta más beneficios económicos, resulta sencillo pronosticar su evolución, y todavía resulta más importante inculcar el pensamiento que lo correcto es actuar de esta forma, ya que nos produce mayor riqueza material, además de posibilitar la predicción de nuestro comportamiento.
Sin embargo, existen diferentes experimentos socio-económicos realizados que demuestran que nuestro comportamiento dista mucho de esta concepción. El juego del ultimátum o el del dictador, resultan suficientemente elocuentes. El juego del ultimátum es un experimento que consiste en reunir a dos personas que parten de una situación inicial de cero euros de ganancia y que permite una ganancia económica para ambos si llegan a un acuerdo a partir del reparto de 100 €, por ejemplo.
La mecánica es muy sencilla, el jugador A propone al jugador B un reparto de este importe. Solo existe un turno y cualquier oferta que suponga más de cero para ambos se supone que les beneficia, simplemente el jugador B debe aceptar la oferta que le proponga el jugador A. Por ejemplo, A le propone a B darle 10 € y quedarse él con 90 €, los dos mejoran su situación inicial y se benefician económicamente, el “homo economicus” debería aceptar racionalmente esta ganancia.
La realidad demuestra que B prefiere que nadie gane, antes de aceptar una injusticia o un abuso de poder por parte de A. El juego del dictador resulta más contundente, existen igualmente A y B, pero B en esta ocasión no puede decidir nada. A realiza una oferta y B simplemente la debe aceptar, aunque sea un reparto de 100 a 0. Paradójicamente en la mayoría de ocasiones A le propone a B un reparto equitativo, 50 – 50, cuando el modelo de hombre económico debería imponer la ganancia máxima, 100 – 0.
Este comportamiento que parece tener en cuenta por parte de A las expectativas de B, se traduce en empatía y huelga decir que cualquier sujeto que alguna vez se haya sometido a un test de esta índole y haya optado por un reparto equitativo, queda automáticamente eliminado de cualquier cargo directivo. La empatía, la justicia y el pensamiento crítico sobre la autoridad es inaceptable para los intereses de la mayoría de empresas, que actúan bajo los parámetros del “homo economicus”, únicamente es importante el beneficio económico.
Volviendo al principio y al origen del pensamiento que acepta, o simplemente no le extraña, con normalidad el hecho que unos pocos acaparen tanta riqueza, ya que es un premio a su buena labor empresarial y por tanto un modelo a seguir, recordarles algo tan antiguo y denostado en nuestra sociedad como la codicia. Sin tener ninguna creencia religiosa concreta, en mi caso, sí que he de reconocer que las diferentes opciones existentes intentan inculcar comportamientos éticos, de equidad y justicia, y la mayoría condenan el acaparamiento de riqueza.
¿ Quién no ha oído aquello de que un hombre para estar completo, o llegar a la plenitud, ha de tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol ?, ¿ Qué objetivo consigue amasar una fortuna que no podrás gastar en siete vidas ?. Tener un hijo, es una acto de creación y transmite tu herencia genética, escribir un libro vuelve a ser una creación y transmite tus conocimientos y experiencias, el árbol representa nuevamente la creación y esta vez sin tu genética ni plasmando tus conocimientos, simplemente aprendiendo y conviviendo con él, representa el acto más desinteresado y aparentemente más alejado de los intereses personales. En resumen, crear y transmitir, no acaparar.
En 1971, viendo que la corriente de pensamiento amenazaba el “establishment” en EEUU, un abogado que posteriormente fue juez de la Corte Suprema del país, envió una carta a la cámara de comercio en la que instaba a las empresas a invertir en todos los centros creadores de pensamiento, centros educativos, culturales, asociaciones, medios de comunicación…etc, dicha misiva ha pasado a la posteridad con el nombre de manifiesto Powell.
Ya en su momento Antonio Gramsci, marxista , enunció que la única manera de atacar el poder en el sistema capitalista era a través de los centros creadores de pensamiento, ya que las clases gobernantes imponen su hegemonía a través de estas instituciones, sometiendo al resto de la población.
Al parecer Powell acertó empleando los métodos de Gramsci y actualmente estamos instalados en el pensamiento empresarial del “homo economicus”, las grandes multinacionales imponen sus intereses a los gobiernos y aunque la mayoría de la población no responde al modelo establecido sí que lo hace la mayoría del capital, evidenciando que unos pocos con mucho capital pueden más que el resto.
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